Valencia, fútbol y otras cosas

miércoles, 28 de enero de 2015

Giulio Einaudi sobre la literatura en la TV

«Pienso que sería útil elegir un autor y entrevistarlo sobre el libro. Pero invirtiendo el criterio de la prensa: utilizar el mayor poder de atracción de la TV para concederse cierta calma, no dar una información rápida el día de la salida del libro, que estaría inevitablemente destinada a perderse, dada la índole, como decirlo, menos concentrada de la TV con respecto a un periódico. Una discusión, pues, que pueda convertirse también en análisis: sale este libro, se llama al autor, invitas a un periodista, a un crítico notable, el cual examina con el autor las recensiones que se han escrito sobre el libro, Fulano ha escrito esto, ¿tú que opinas? Que no ha entendido nada. Veo que ese otro ha hablado bien del libro. ¿Por qué? En resumen, toda una discusión sobre el libro: qué acogida ha tenido, qué ha dicho la gente...
Y en cambio todo es muy distinto. En el mejor de los casos, se hacen frases: como Maurizio Costanzo, que de todas formas es el mejor de todos, pero siempre hace las cosas muy personales, de humor y de atmósfera, o de tema general. No es que sean debates sobre el libro. Uno apaga y dice: simpático aquel escritor, ese otro en cambio es un pelma: nunca hay auténtica tensión, positiva o negativa, sobre el libro, ni es eso lo que le interesa a Costanzo. La TV, además, tiene tal fuerza que el libro, aunque estuviera enterrado, resucitaría enseguida en los escaparates. Milagro que difícilmente consigue la pluma más fina.
Mejor aún, llevar, además de al crítico, a dos o tres lectores corrientes y comunes. Ninguna hagiografía, y por lo tanto nada de zalemas, e incluso una crítica demoledora: lo siento mucho, pero hemos demostrado que este libro es pésimo. Cabría incluso llegar a estos extremos, aunque sin destrozar por destrozar, y sin las extravagancias canibalescas a lo Arnaldo Bagnasco, me refiero a aquel programa donde todos se insultaban según la nueva moda de los países donde, según dicen, el público está más maduro desde un punto de vista televisivo y busca emociones nuevas.»

Giulio Einaudi en diálogo con Severino Cesari, Anaya & Mario Muchnik, traducción de Esther Benítez.

sábado, 17 de enero de 2015

Llorar es de blandengues

H., de vez en cuando, no lo podía evitar, se emocionaba al escuchar determinadas canciones. Era como si ese sonido, como si esas voces, como si esas letras entraran directamente al cerebro y activasen el centro emocional de la plorera, para a continuación lubricar ojos y piel con la salinidad de las gotas que emergían del orificio orbital. No podía explicar realmente por qué, sabía que había algo mágico para él en las canciones que conseguían estremecerle, ponerle la piel de gallina y por fin derramar lágrimas, unas lágrimas que contenían sentimientos perdidos en la ruleta de la vida. Quizá se transportara a otras vidas pasadas, al pasado de la misma vida, a vidas alternativas no vividas en la actual, a vidas soñadas, imaginadas... No lo sabía, pero el estrecimiento era tal, la emoción tan grande, la sensación simultánea de alegría y tristeza, de victoria y derrota, de triunfo y pena,... donde al final prevalecían los últimos. Al finalizar la canción le quedaba una sensación de vacío, de inutilidad, ¡de cobardía!, de haber derrochado los momentos de la vida, de estar derrochando los futuros no-momentos imprescindibles, de no poder, ¡no querer!, hacer nada para cambiarlo. Volvía a poner la canción para seguir temblando, estremeciéndose, soñando despierto, transfiriendo la energía mística a todas las células corporales. Volvía la euforia a la que seguía el hundimiento, y por fin, otra vez el vacío. Y de nuevo, escuchaba la canción que tanto placer le proporcionaba, y tanto le erosionaba. Sabía que una vez terminada volvía a la cruda, por mediocre, por monótona, por carente de sabor, realidad. Así que volvía a escucharla, esta vez con el volumen a tope, cerrando los ojos, bailando interiormente, moviendo las extremidades, adaptando el ritmo del corazón a la lírica que dominaba su cuerpo.  
We’re all scared of trenches 
And grow weak at knees 
I want you to know that. 
If all you’ve ever wanted was a dream 
Then you know that I can’t help you. 
But did I show you love 
In the author on my face 
‘Cause you know you left a hollow 
Where your body cut an alcove. 
Did I show you love 
‘Cause the silence never stayed 
It’s a breach I’ll never cover. 
You happened out the back door 
Laying bare this need 
You open up this vessel. 
And gather all the quivers 
That never got to fly 
And a one and only cipher.

 ¡Qué tristeza! La imposibilidad de entenderse eternamente con otra persona, de quererse para-siempre; la imposibilidad de conseguir el amor de la persona que quieres; la imposibilidad de mantener a la persona que te ha marcado.

«El amor verdadero será convulsivo o no será.», como todo el mundo sabe.

Y sólo hay una forma de eternizar el amor en su estado dianisíaco, verdadero, convulsivo: «Una noche en que conducía un automóvil por la carretera de Versalles a París, una mujer a mi lado, que era Nadja, pero que hubiera podido, ¿no es cierto?, ser cualquier otra, e incluso tal otra, con su pie que mantenía el mío pisando a fondo el acelerador, con sus manos que intentaban tapar mis ojos, en el olvido que proporciona un beso sin fin, quería que dejáramos de existir más que el uno para el otro, para siempre sin la menor duda, que de aquella manera nos lanzáramos a toda velocidad al encuentro de los más hermosos árboles. Qué prueba de amor, en efecto. Inútil añadir que yo no accedí a semejante deseo. Es sabido en qué punto estaba yo en aquella época, en qué punto he estado casi siempre, que yo sepa, con respecto a Nadja. No por ello le estoy menos agradecido por haberme revelado, de un modo terriblemente sobrecogedor, a qué nos hubiera conducido en aquel momento un común reconocimiento del amor. Cada vez me siento menos capaz de resistir una tentación semejante en todos los casos. Lo menos que puedo hacer es mostrar mi agradecimiento, en este último recuerdo, a aquella que me hizo comprender casi hasta su necesidad. Ciertos seres, excepcionales, que pueden esperarlo todo y también temerlo todo los unos de los otros, se reconocerán siempre por una fuerza extrema de desafío.»

domingo, 4 de enero de 2015

A pesar del árbitro

Quiénes dicen que los árbitros no influyen en los resultados son o unos cínicos redomados o se tapan los sentidos. Quién elude las cuestiones arbitrales contribuye a que todo siga igual, y por ende, es cómplice de la farsa competitiva. Es cierto que en ocasiones un equipo que sale beneficiado en otras sale perjudicado, pero en general, existe una tendencia que tiende a beneficiar a equipos como Real Madrid o Barcelona frente al resto (o por qué no decirlo, por ej., a Valencia frente a Levante). Es evidente que al rodillo mediático y a los altos cargos de federaciones supuestamente justas no les interesa cambiar estos hechos. En el capitalismo la justicia la da el dinero. Si tienes dinero y poder, la razón es tuya. Ésa es la máxima por la que se rigen Tebas, Villar, Díaz Vega, Sánchez Arminio y la calaña que les pelotea y les mueve el abanico.

Hoy el árbitro Gil Manzano ha salido predispuesto a beneficiar al Real Madrid, y por añadidura, perjudicar al Valencia. Ha sido algo evidente desde el inicio, con un rasero diferente según qué equipo atacara y defendiera. Enumeremos algunas: un minuto después del penalty anotado por Cristiano Ronaldo -¡qué pocos goles de penalty en la temporada!- Pepe le hace penalty a Negredo, al que agarra, coge de la cintura y no deja saltar tras un centro provinente de la banda derecha valencianista. Se puede argumentar que para pitar eso Pepe debería haber matado a Negredo, sobre todo sabiendo que pertenece a determinado club (por cierto, parece guasa pero Pepe ha acabado el partido sin tarjeta). Poco después, Isco roba un balón a Gomes cometiendo falta, el luso asimismo roba el balón a Isco en falta (misma jugada): ¿adivinan que pitó el colegiado? efectivamente, falta de Gomes. Sigamos, Gayà sale al campo por la lesión de Piatti, con la autoriazación del cuarto árbitro, amarilla, que Gil Manzano no le ha dicho que entre al campo. Otra más: piscinazo de Marcelo frente a Enzo que termina en falta y amarilla al propio Enzo por protestar. Y la peor, agresión de Ramos por la espalda a Mustafi (rodillazo sin ton ni son) que no sólo no es señalada como agresión y roja directa, es que ni siquiera le sacan la (segunda) amarilla. Ramos es muy bueno, pero me parece innegable la protección arbitral de la que dispone, definitivamente se ha erigido en sucesor de Fernando Hierro a todos los niveles; si jugara en otro equipo sería expulsado en uno de cada tres partidos y recibiría el trato de cerdo y lindezas más subidas de tono por parte de la prensa y tv amarillista que gobiernan los deportes en este país. (Sólo hace falta echar la vista atrás y ver el trato que recibieron jugadores como Albelda, Pablo Alfaro, etc. durante algún período de su carrera deportiva). Por no mencionar que cada disputa de Orban (enorme) era saldada con falta en contra (como si el árbitro hubiera cambiado las reglas del juego a su antojo).

Es necesario, por todo esto si cabe más, alabar la remontada del Valencia, que ni aún contando con el rasero malo del árbitro bajó los brazos y perdió la cara al partido. No obstante, sigue siendo triste que para ganar al Real Madrid sea necesario hacer el doble por aspectos que no son puramente futbolísticos.

Conviene no olvidarlo.