"Los padres juegan un papel legendario en las mentes de sus hijos".
El animal moribundo, P. Roth.
Hasta que llega el momento de matarlos. Para evitar el aborto de la personalidad del descendiente. Llega una edad (la edad del cazador oculto) en la cual el descendiente debe destruir los cimientos creados por los padres, que le aprisiona y asfixia, para poder desarrollar su propia personalidad y manera de pensar libre de prejuicios e influencias adultas tóxicas y nocivas. Una vez pasado ese tiempo crítico, una vez uno es capaz de aceptar los principios y las leyes por las que se rigen los padres, es que se está preparado para ser propagador de infelices criaturas y mediocres procederes de vida. Porque los enfermos, los hipócritas, los locos, los tristes, los conformistas, los cínicos, son los padres.
"Has tenido una vida. Ha habido momentos en que tenías una vida. Cierto, ya no te acuerdas muy bien; pero hay fotografías que lo atestiguan. Probablemente era la época de tu adolescencia, o poco después. ¡Qué ganas tenías de vivir entonces! La existencia te parecía llena de posibilidades inéditas. Podías convertirte en cantante de variedades, o irte a Venezuela." Ampliación del campo de batalla, M. Houellebecq.
Leo una noticia que me llama la atención aunque no me sorprende. Un árbitro de dieciséis años agredido por un padre. Hijo de puta, pienso. Hijo de la gran puta más bien. No me sorprende porque uno ya se ha acostumbrado a ver la transformación de padres que exhiben supuesta decencia y educación en energúmenos poseídos por Satán. Pero me entristece. Probablemente sea un problema de base, de educación fundamental, de mala interpretación del concepto de libertad. Vivir en un país "libre" (las comillas por motivos evidentes, que no vienen a colación en esta entrada) no significa hacer lo que te salga de los huevos, especialmente cuando hay segundos y terceros implicados. Vivir en libertad no quiere decir que deba permitirse la ausencia total de autocrítica ni que deba consentirse comportamientos violentos y agresivos que no tienen justificación. Con la de millones que se mueven en el fútbol profesional (no hace falta ser un lince para observar que un gran número de estos clubes están gobernados por mafiosos y delincuentes de la más abyecta condición, tampoco para ver a los políticos profesionales, carroñeros de escasa honorabilidad, revoloteando alrededor), a veces resulta complicado poner en perspectiva que el fútbol es un juego, un deporte, al menos en categorías pesudoprofesionalizadas o inferiores. Y en cambio uno está harto y cansado de aguantar el comportamiento de imitación a gorilas de los supuestos ejemplos de sus hijos. Es esperpéntico y vergonzante la violencia con la que se expresan, los exabruptos y lindezas que sueltan por la boca, la actitud que muestran; la indecorosidad de su proceder, porque éste no se sustenta en ningún pilar ético o digno de comprensión, tan solo es la muestra de la exacerbación más chabacana de la (supuesta) irracionalidad. Porque la culpa siempre es de los demás. Si su hijo se tuerce el tobillo es culpa del césped que no estaba bien acondicionado. Si su hijo se lanza a la piscina es culpa del árbitro por no ver una falta provocada por un jugador imaginario. Si su hijo es expulsado es culpa del árbitro por inventarse una infracción y del futbolista rival por fingir. Si su hijo falla un gol cantado es culpa del balón que estaba deshinchado. Si su hijo suspende un examen es culpa del profesor que le tiene manía y que no sabe explicar. Si su hijo es un maleducado es culpa del colegio/instituto que no tiene autoridad. Si su hijo es un delincuente es culpa de los amigos que le incitan a ello. Si su hijo bebe, se droga, se convierte en un fracasado, contrae alguna enfermedad, etc. es culpa de todos menos del propio hijo y de los padres que lo concibieron. Y con esto no quiero eximir el resto de factores de culpabilidad, ya que en última instancia y en muchas ocasiones, creo, será la sociedad (que no olvidemos: se conforma de seres humanos individuales; y por ello la condición humana intrínseca es especialmente relevante) la última responsable de las bajezas que sufra todo individuo que la integre.
Lo que pretendo hacer ver en este contradictorio texto (ideas contradictorias y paradójicas se agolpan en mi cabeza, aunque me temo el cerebro no es capaz de ejecutarlas como me gustaría) es que creo que en la sociedad española se antoja imprescindible una concienciación de lo que supone ser padre: no es sólo joder, darle de comer, mantenerle y después hacer lo que salga de las pelotas. Va mucho más allá. Aunque después sea inexorable (y recomendable) la ejecución del propio progenitor.
Pero no. En realidad lo que me apetece es llamar a todos esos padres carentes de educación, violentos, destructivos, ciegos de éxito, digo, lo que me apetece es llamarlos fracasados, cobardes, cánceres, maleducados, desgraciados. Los pobrecitos viven en un espejismo que se encarga de propagar los medios de comunicación con la connivencia de los poderes fácticos y de la propia sociedad, donde creen vivir a través de sus descendientes. Se atreven a creer que el "éxito" de sus hijos es el suyo propio, que por ganar un partido, por meter un gol, que por dar un par de asistencias, son los putos amos, que todo ha sido gracias a ellos, para eso han aguantado todo lo que han tenido que aguantar, y asimismo sueñan con vivir de las rentas de sus queridos niñitos, que algún día serán jugadores de primer orden como el CR7, Messi o Iniesta.
Además de fracasados, ilusos.
Cuando jueguen los hijos, por favor, encierren a los padres hasta que al menos aprendan lo que es el civismo y la decencia. Así que... me temo... no deberían salir en la vida.
Vayánse a la mierda.
Hoeman, Valencia a 17 de marzo de 2014.
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